María Martín, São Paulo – especial para o Conselho Federal de Psicologia
Justina Cima creció en una familia campesina, pobre, donde llenar el plato de comida era un desafío diario. Se crió en el campo, en un ambiente patriarcal, en el que la mujer era educada para cuidar de la casa, del marido y de los hijos. Por eso sus padres no entendieron bien cómo su retoño comenzó a liderar desde la adolescencia movimientos sociales que luchaban por la emancipación y los derechos de la mujer.
“Cuando comencé en 1983 a defender la participación de las mujeres en los sindicatos del campo, me di cuenta de lo importante que era organizarnos para luchar contra la discriminación. No era posible hacerlo desde los espacios que compartíamos con los hombres”, recuerda.
Hoy, con 56 años, Justina Cima lleva la voz del Movimiento de las Mujeres Camponesas allá donde es discutida la cuestión de género. Con motivo del II Congreso Nacional de Prácticas en Psicología, la ya jubilada dejó bien claro su mensaje: “La psicología tiene que aproximarse a los movimientos sociales, que son los que enfrentan las cuestiones que dividen a los ciudadanos”.
La psicología, una disciplina que en Brasil suma un 89% de profesionales de sexo femenino asume, no sin incerteza, los desafíos de comandar la lucha por la igualdad de género, la educación y la integración de las diferentes políticas públicas en defensa de los derechos de la mujer.
Una advertencia común surgió de las reflexiones de los psicólogos Cristina Silva y Francisco Viana que compartieron mesa y debate con Justina: Introducir en la psicología una perspectiva de género.
“Eso implica trabajar en conjunto con mujeres y hombres en el desarrollo de las relaciones sociales que promuevan la igualdad. Hay que contemplar las diferencias y los puntos de encuentro, visualizar las características y dificultades específicas de cada uno para que el establecimiento de negociaciones y pactos se dé entre partes que tengan recursos para negociar y, sobre todo, que tengan capacidad de tomar decisiones con autonomía”, mantuvo Silva.
“Tenemos que rechazar la posibilidad de volvernos repetidoras de ideas consideradas válidas y buscar formulaciones que puedan ayudar a las mujeres a superar sus límites”, lanzó en referencia a sus colegas.
Viana, que destacó la importancia de la educación en cuestiones de género, apeló a la necesidad de desarrollar una forma especial de escuchar a las mujeres que buscan ayuda porque sufren violencia. “Percibimos claramente que esa narrativa expresa toda esa estructura patriarcal y que, al mismo tiempo, apunta a sentidos genuinos y precarios de una nueva perspectiva”.
“Hay que acabar con los esquemas enraizados en la sociedad”, continuó Viana, “hemos contribuido, a partir de la diferencia biológica, a atribuir un conjunto de actitudes y valores a lo femenino y lo masculino a pesar de no ser naturales. Aprendemos a ser hombres y mujeres: Hombres que no lloran y mujeres que no suben árboles”, ilustró el psicólogo que asiste a mujeres en una maternidad del estado de Minas Gerais.
Benedicto Arévalo puso la nota roja sobre la mesa al explicar cómo la realidad de la mujer en Guatemala no puede entenderse sin considerar la violencia. “De las 6.000 muertes violentas que registramos cada año, 600 son de mujeres”, afirmó. Arévalo es responsable del Plan de Atención Integral a las víctimas de violencia sexual en el departamento de Solola, una localidad que registra el menor índice de violencia del país. Allí, el 15% de los casos que llegan al Ministerio Público son de violencia sexual y el 40% de violencia contra la mujer. “Imaginen los departamentos donde la violencia está completamente desbordada”, lamentó Arévalo.
Y Justina, con su discurso humilde pero firme, consiguió no solo una sonrisa de los asistentes, sino resumir la esencia del desafío que la lucha por la igualdad tiene por delante. Dirigiéndose a Viana le dijo algo así: “Es curioso, porque tú hablas de la dificultad de llevar a los hogares el debate sobre la igualdad que hay en la calle. Yo me he pasado la vida intentando lo contrario: sacar a la calle la realidad que se vivía en mi casa”.